“Situaciones como estas son una oportunidad para detenernos
a reflexiones más profundas sobre la experiencia completa de un país donde hay
pendientes y deudas”, expuso la investigadora.
Ante los acontecimientos
en desarrollo, compartimos el análisis de la académica de la Escuela de
Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales y Económicas (FACSE) de la
Universidad Católica del Maule (UCM), Dra. Sandra Vera, realizada el sábado 19
de octubre:
¿Cómo se
entiende y explica el fenómeno de “evasiones masivas” que está ocurriendo en
Chile?
Debido a que este
hecho ha tenido una velocidad vertiginosa los últimos días, las lecturas que se
pueden hacer apuntan a últimos sucesos más visibles. El análisis que podamos
hacer pasado un tiempo probablemente contemplará más explicaciones.
El fenómeno de
evasiones podría formar parte de un tipo específico de acción colectiva que
podríamos llamar como “acción espontánea de masas”. Este tipo de acciones ha
existido bastantes veces en Chile y en el mundo. Por eso sacamos a colación
estos últimos días la “rebelión de la chaucha” de 1949 cuya causa inmediata
también fue el alza de la tarifa del transporte público pero que también
reflejaba una crisis política general. Creo que la explosión de estos últimos
días representa de manera bastante explícita la indignación propia de la
cristalización de una estructura extremadamente desigual en Chile que ha
llevado, además, al empobrecimiento de gran parte de la población. Por ejemplo,
en los llamados a cacerolazos de este viernes 18 de octubre se señaló la
consigna “por la precarización de nuestras vidas”.
Una reacción
espasmódica de este tipo se relaciona en gran medida por lo que algunos
pensadores (como Axel Honneth) han llamado “desprecio moral” producto de la
falta de reconocimiento de la vivencia de algunos. En este caso, despreciar la
experiencia cotidiana de angustia porque el salario – producto de un empleo que
además la mayoría de las veces tienen a la ciudadanía chilena con una sensación
de agobio constante- no alcanza para acceder a una práctica que es imposible no
realizar: movilizarse, transportarse. Es desprecio moral pues el mensaje enviado
es que esa experiencia no importa. Es en estas actividades que podríamos llamar
como “inevitables” (comer, transportarse, etc.) donde se concentran los
fundamentos de la dignidad humana. Una dignidad no reconocida se convierte en una
experiencia común en Chile. Creo que reacciones “explosivas” como la de estos
días demuestran la existencia de un límite. Sin embargo, la forma de mostrar el
límite parece exhibir también una crisis de la credibilidad en los mecanismos
democráticos. Si se ha acumulado esa sensación de no ser reconocido, escuchado,
o de ser una experiencia cotidiana vale menos que otras ¿por qué esta vez se
recurriría a formas de protesta que se entienden menos efectivas?
La Fundación Sol
señala que el gasto en transporte es el segundo gasto más relevante de los
hogares en Chile y-en base al promedio de los salarios en Chile (donde el 70%
de las y los trabajadores gana menos de $550.000), el gasto en transporte sería
entre el 15 a 20% del presupuesto mensual de un hogar. Es probable que la
sentencia sobre la desigualdad en Chile ya se escuche como una especie de
“mantra” que por lo tanto se naturaliza y permite vivirlo sin que sea
considerado un escándalo. Bueno, probablemente los hechos de estos últimos días
sean una forma de volver a modular esta situación extrema para que deje de
recitarse de manera pasiva.
Las evasiones masivas -que lamentablemente desde
ayer ya son manifestaciones que exceden la pura evasión- probablemente envían
la señala de falta de resignación ante este panorama. Es la necesidad de
mostrar un límite moral y –en específico- la necesidad de retomar la
comprensión sobre qué es lo público. No es casualidad que si escuchamos
diversas opiniones de transeúntes que se han mostrado en la prensa (muchos
adultos mayores) se termina hablando de mucho más que del alza de pasajes en el
metro. Salen temas como: las bajas pensiones, la falta de acceso digno a la
salud, desigualdad en la educación y los salarios, endeudamiento sin fin, etc.
Es decir, una vivencia de desamparo generalizado que ha sido bastante
invisibilizada.
¿Se puede
entender este fenómeno de manera asilada de otras expresiones similares en el
mundo? –indignados en Europa, por ejemplo-
Creo que hay muchos
puntos que son comparables. En primer lugar, creo que muchas manifestaciones a
nivel global desde el año 2010 sospechan ante la promesa de progreso
establecida en la modernidad. La realidad histórica de todos los países ha
demostrado que las condiciones de mejora de la vida son muy desiguales y no hay
nada que haya podido erradicar esa situación. Más bien ocurre al revés, la
condición de vida de gran parte de la población puede empeorar aún más, lo que
se contradice totalmente con la promesa inicial. En segundo lugar, se demanda
una necesidad de llenar de contenido la palabra “democracia”, la cual presenta muchas
grietas y contradicciones tal como se desarrolla en distintos lugares. Por
ejemplo, cuando el movimiento del 2011 en España se autodenomina “indignados”
se identifica justamente con esta sensación de rabia y límites. En términos
inmediatos aquello se refiere a las llamadas medidas de austeridad que
precarizaban las condiciones de vida; sin embargo, las consecuencias de este
movimiento finalmente apuntaron a cuestionar la forma en que estaba operando la
democracia en España y la incapacidad de todos los sectores políticos de hacer
una lectura de la crisis. Derivó, por lo tanto, en otras formas de organización
junto con la formación también de otras organizaciones y partidos políticos.
Este ejemplo podría tener bastantes puntos similares con la situación actual en
Chile, la “indignación moral” es un sentimiento colectivo profundo que obliga a
llenar de contenido las consignas de la democracia que pueden sonar vacías
cuando se contradicen con condiciones de vida materiales, por ejemplo, hablar
de “derechos”, “equidad”, “eliminación de la pobreza”, “garantías”, etc.
En síntesis, este
tipo de manifestaciones en el mundo siempre denuncian y visibilizan
contradicciones insostenibles.
¿Qué
consecuencias podrían generar esta forma de manifestación en el caso de
constituirse como una forma cotidiana de expresión de descontento social?
Creo que es
difícil que este tipo de manifestaciones se hagan cotidianas. La experiencia histórica
de este tipo de acción espontánea de masas lo ha demostrado. Es producto de una
crisis, esa es la lectura que me parece más adecuada. Es mostrar una situación
límite que llevaba mucho tiempo silenciándose.
Sin embargo,
hay muchos elementos nuevos que están en desarrollo y que generan
incertidumbre: la declaración de un estado de excepción, la extensión de las
manifestaciones y la solución política que se dará al problema puntual.
Las leyes,
el sistema legal imperante en general se debiera entender formalmente como una
protección a la ciudadanía que permite mantener un orden social en que podamos
convivir como comunidad-nación. Sin embargo, hay momentos en que hay un desfase
gigante entre lo que le se considera legítimo o ilegítimo y lo que dice la ley.
Esos son momentos de urgente redefinición de las comprensiones comunes. Es
probable que en este momento debemos tener más cuidado con ciertas categorías
que suelen aparecer de manera muy automática, por ejemplo “delincuencia”, o
“vandalismo”. Situaciones como estas son una oportunidad para detenernos a
reflexiones más profundas sobre la experiencia completa de un país donde hay
pendientes y deudas. Es peligroso si la situación actual solo es leída como un
caos a nivel de seguridad pública donde por lo tanto se presenta la solución
represiva como la única medida. Creo que, de manera muy distinta a esto,
estamos hablando de la necesidad de una solución política basada en un análisis
profundo y honesto sobre los acentuados problemas de la sociedad chilena.
“Las opiniones vertidas en esta columna son de
exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan necesariamente
el pensamiento de la Universidad Católica del Maule”.
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