Noticias Región del Maule: Como recolectora de hongos de Empedrado, Bernardita Sepúlveda se levanta a las cinco de la mañana para internarse en los bosques de la zona en busca del fruto silvestre y comestible. Al final del día (según ella misma cuenta) puede tener en su bolsillo 60 mil pesos, producto de la sola venta de la cosecha.
Pero se trata de dinero sin valor agregado. Bernardita hoy es miembro de la cooperativa Valle La Orilla, una apuesta por la recuperación productiva de la zona tras los incendios forestales de 2017, y que hoy cuenta con un total de 26 socios. Conocer la experiencia de Bernardita era uno de los objetivos de la jornada de trabajo realizada recientemente por el Observatorio Laboral del Maule (OLM) en Santa Olga –ejecutado por la Universidad Católica del Maule-, poblado vecino a Empedrado y que también sufrió los embates del fuego. A casi tres años del siniestro, sus vecinos aún buscan alternativas para recuperar sus fuentes de empleo, antes basadas en la explotación de los bosques de pino.
La directora del Observatorio, Irma Carrasco, inició el encuentro recordando justamente el trabajo de investigación y acompañamiento realizado con la comunidad de Santa Olga. En esta ocasión, el objetivo era conocer el modelo de funcionamiento de las cooperativas, presentación realizada por Pedro Hepp, de la Fundación para la Superación de la Pobreza (FUSUPO), como también la experiencia exitosa de la cooperativa Valle la Orilla como forma de asociatividad.
Compromiso con la comunidad
Este proyecto podría dar luces sobre actividades pro-empleo, tratándose de una zona donde tradicionalmente las mujeres se han dedicado a la recolección de hongos como forma de sustento. En la jornada también se integraron académicos de la Universidad Católica del Maule (UCM) para considerar la proyección que podría tener el cultivo de hongos de manera cooperada. “Tenemos el compromiso con la comunidad de generar todas las instancias que estén a su alcance”, resumió la directora Irma Carrasco, dando así inicio a la jornada.
En la experiencia de Bernardita, los grandes sacrificios realizados para recoger hongos se veían mermados por la falta de visión de la recolección como negocio. Eso los exponía a la presencia de “conchenchos” o intermediarios que llegaban a la zona en busca del producto, pagando un bajo precio. Recordó que podían recibir dos mil pesos por una caja de ocho kilos, cuando el precio era al menos cinco mil. Pero eso no era todo. Al solo vender los hongos sin valor agregado, no mejoraban los precios ni tampoco se auto-exigían. Luego de participar en una cooperativa se potenció el trabajo colaborativo, los acuerdos, el valor agregado al producto, y todo ha redundado en un trabajo que hoy reporta mejores resultados. En esa historia fue clave la capacitación.
Efectivamente, así lo cuenta y recuerda Alejandro Hormazábal, director del Hub Empedrado de la Fundación Acerca Redes. Hormazábal relató que Valle la Orilla surgió luego de un llamado abierto a la comunidad de Empedrado, llamado al que acudieron 140 personas, de las cuales hoy quedan 26. El trabajo cooperativo les ha permitido contar con 13 certificaciones, cuatro convenios y 118 beneficiarios, entre otros productos. Además, se han motivado por desarrollar talleres gastronómicos para dar valor a los hongos, giras técnicas para profundizar en las propiedades de las setas, y conocer buenas y malas prácticas. Según cuenta Alejandro Hormazábal, esto se tradujo en nuevos formatos de venta de los hongos recolectados, por ejemplo, los hongos deshidratados, cuyo valor se empina a 15 mil pesos los 120 gramos. es Y Bernardita ahora una de las beneficiadas que se ha propuesto contar su experiencia para que cualquier recolector se desarrolle y se mantenga en el negocio.
Funcionamiento claro
En este punto es donde el relato de Pedro Hepp, de la Fundación para la Superación de la Pobreza, adquiere sentido. No sería posible alcanzar el nivel ni los beneficios de la cooperativa Valle La Orilla sin desarrollar un verdadero modelo de trabajo conjunto, en este caso, de cooperativismo. Por eso la primera pregunta que lanzó Hepp a la asamblea fue: “¿Conoces a tu vecino?”. En su experiencia, esto es básico antes de iniciar una cooperativa. Una vez resuelto eso, Hepp cuenta en qué consiste el cooperativismo, enfatizando en la confianza como forma de trabajo, la instalación de reglas claras, el monitoreo y fiscalización de las iniciativas, las sanciones e incluso los mecanismos de resolución de conflictos. Cuando está clara la forma de funcionamiento, entonces es posible pensar en una cooperativa como institución, comercial o no, que satisface necesidades conjuntas, donde todos los participantes tienen el mismo poder de veto, recalca Hepp.
Pero todos comparten la idea de que mientras se sigan solo recolectando los hongos sin agregarles valor, no habrá futuro. En la experiencia de los académicos de la UCM, Ariel Arencibia y Carmen Bravo, es necesario manejar la estacionalidad del negocio, considerando que se trata de un fruto que se produce entre abril y noviembre. “Debe haber un protocolo de manejo y la existencia de viveros”, afirmó Arencibia, añadiendo que esto no significa terminar con la producción desde el bosque, sino mejorar la sustentabilidad y avanzar hacia un producto con valor agregado.
Así, experiencia, colaboración, cooperativismo basado en la confianza y valor agregado parecen ser algunos ingredientes clave para avanzar hacia nuevas áreas de trabajo para la comunidad de Santa Olga. Esto permitirá pasar de ser solo un recolector de hongos silvestres de temporada a un cooperado, cuyo trabajo junto al del vecino dará mayor estabilidad laboral para la comunidad. En esa trayectoria, sigue disponible el compromiso de acompañamiento del Observatorio Laboral del Maule, como lo ha ratificado su directora, Irma Carrasco.
Pero se trata de dinero sin valor agregado. Bernardita hoy es miembro de la cooperativa Valle La Orilla, una apuesta por la recuperación productiva de la zona tras los incendios forestales de 2017, y que hoy cuenta con un total de 26 socios. Conocer la experiencia de Bernardita era uno de los objetivos de la jornada de trabajo realizada recientemente por el Observatorio Laboral del Maule (OLM) en Santa Olga –ejecutado por la Universidad Católica del Maule-, poblado vecino a Empedrado y que también sufrió los embates del fuego. A casi tres años del siniestro, sus vecinos aún buscan alternativas para recuperar sus fuentes de empleo, antes basadas en la explotación de los bosques de pino.
La directora del Observatorio, Irma Carrasco, inició el encuentro recordando justamente el trabajo de investigación y acompañamiento realizado con la comunidad de Santa Olga. En esta ocasión, el objetivo era conocer el modelo de funcionamiento de las cooperativas, presentación realizada por Pedro Hepp, de la Fundación para la Superación de la Pobreza (FUSUPO), como también la experiencia exitosa de la cooperativa Valle la Orilla como forma de asociatividad.
Compromiso con la comunidad
Este proyecto podría dar luces sobre actividades pro-empleo, tratándose de una zona donde tradicionalmente las mujeres se han dedicado a la recolección de hongos como forma de sustento. En la jornada también se integraron académicos de la Universidad Católica del Maule (UCM) para considerar la proyección que podría tener el cultivo de hongos de manera cooperada. “Tenemos el compromiso con la comunidad de generar todas las instancias que estén a su alcance”, resumió la directora Irma Carrasco, dando así inicio a la jornada.
En la experiencia de Bernardita, los grandes sacrificios realizados para recoger hongos se veían mermados por la falta de visión de la recolección como negocio. Eso los exponía a la presencia de “conchenchos” o intermediarios que llegaban a la zona en busca del producto, pagando un bajo precio. Recordó que podían recibir dos mil pesos por una caja de ocho kilos, cuando el precio era al menos cinco mil. Pero eso no era todo. Al solo vender los hongos sin valor agregado, no mejoraban los precios ni tampoco se auto-exigían. Luego de participar en una cooperativa se potenció el trabajo colaborativo, los acuerdos, el valor agregado al producto, y todo ha redundado en un trabajo que hoy reporta mejores resultados. En esa historia fue clave la capacitación.
Efectivamente, así lo cuenta y recuerda Alejandro Hormazábal, director del Hub Empedrado de la Fundación Acerca Redes. Hormazábal relató que Valle la Orilla surgió luego de un llamado abierto a la comunidad de Empedrado, llamado al que acudieron 140 personas, de las cuales hoy quedan 26. El trabajo cooperativo les ha permitido contar con 13 certificaciones, cuatro convenios y 118 beneficiarios, entre otros productos. Además, se han motivado por desarrollar talleres gastronómicos para dar valor a los hongos, giras técnicas para profundizar en las propiedades de las setas, y conocer buenas y malas prácticas. Según cuenta Alejandro Hormazábal, esto se tradujo en nuevos formatos de venta de los hongos recolectados, por ejemplo, los hongos deshidratados, cuyo valor se empina a 15 mil pesos los 120 gramos. es Y Bernardita ahora una de las beneficiadas que se ha propuesto contar su experiencia para que cualquier recolector se desarrolle y se mantenga en el negocio.
Funcionamiento claro
En este punto es donde el relato de Pedro Hepp, de la Fundación para la Superación de la Pobreza, adquiere sentido. No sería posible alcanzar el nivel ni los beneficios de la cooperativa Valle La Orilla sin desarrollar un verdadero modelo de trabajo conjunto, en este caso, de cooperativismo. Por eso la primera pregunta que lanzó Hepp a la asamblea fue: “¿Conoces a tu vecino?”. En su experiencia, esto es básico antes de iniciar una cooperativa. Una vez resuelto eso, Hepp cuenta en qué consiste el cooperativismo, enfatizando en la confianza como forma de trabajo, la instalación de reglas claras, el monitoreo y fiscalización de las iniciativas, las sanciones e incluso los mecanismos de resolución de conflictos. Cuando está clara la forma de funcionamiento, entonces es posible pensar en una cooperativa como institución, comercial o no, que satisface necesidades conjuntas, donde todos los participantes tienen el mismo poder de veto, recalca Hepp.
Pero todos comparten la idea de que mientras se sigan solo recolectando los hongos sin agregarles valor, no habrá futuro. En la experiencia de los académicos de la UCM, Ariel Arencibia y Carmen Bravo, es necesario manejar la estacionalidad del negocio, considerando que se trata de un fruto que se produce entre abril y noviembre. “Debe haber un protocolo de manejo y la existencia de viveros”, afirmó Arencibia, añadiendo que esto no significa terminar con la producción desde el bosque, sino mejorar la sustentabilidad y avanzar hacia un producto con valor agregado.
Así, experiencia, colaboración, cooperativismo basado en la confianza y valor agregado parecen ser algunos ingredientes clave para avanzar hacia nuevas áreas de trabajo para la comunidad de Santa Olga. Esto permitirá pasar de ser solo un recolector de hongos silvestres de temporada a un cooperado, cuyo trabajo junto al del vecino dará mayor estabilidad laboral para la comunidad. En esa trayectoria, sigue disponible el compromiso de acompañamiento del Observatorio Laboral del Maule, como lo ha ratificado su directora, Irma Carrasco.
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