Javier Agüero, académico UCM “El perdón político y sus escenas permitió, al inicio de la transición chilena, contener a Pinochet, su ejército y su círculo civil proclive, los que amenazaban permanentemente con desestabilizar el proceso”
El profesor de la Facultad de Ciencias Religiosas y Filosóficas del plantel publicará próximamente su libro “Les silences du pardon. Sur le Chili Post-Pinochet” en Francia.
En agosto del presente año saldrá al en Francia el libro “Les silences du pardon. Sur le Chili Post-Pinochet” de Javier Agüero Águila, académico de la Universidad Católica del Maule, publicado por la prestigiosa editorial francesa L'Harmattan. En sus páginas, el autor construye un entramado en torno al perdón que parte desde una lectura de los libros religiosos y continúa con la interpretación de autores sobre este fenómeno, con el objetivo de releer el contexto chileno post dictadura, tema sobre el cual se refirió en esta entrevista.
¿Qué idea central desarrolla el libro?
El articulado del libro se ordena en torno a la noción de perdón trabajada por el filósofo argelino-francés Jacques Derrida, y desde ese lugar intento hacer una lectura de la transición chilena, es decir, cómo el perdón jugó un rol importante y clave en los inicios de ella. Por ejemplo, en las escenas televisadas del presidente Patricio Aylwin pidiendo perdón en los inicios de la democracia.
¿Cuál es el perdón de Derrida que aplica a este proceso político de Chile?
Hay una máxima derridiana, si el perdón tiene una posibilidad, al menos una, ésta está en el ámbito de lo imperdonable, es decir, cuando el perdón parece más imposible es cuando finalmente tiene su mayor posibilidad. En la medida que yo perdono, el perdón como tal desaparece. La única condición de posibilidad del perdón, en este caso, es instalarse en esta órbita de lo imperdonable y de lo imposible. Bajo ese punto de vista el tratamiento del perdón no podría ser jurídico ni político, sin embargo, lo que han hecho las sociedades que han enfrentado tragedias, como la dictadura en Chile, es llevar el perdón al plano de lo político cuando, estrictamente, el perdón es una noción eminentemente religiosa, pero que se instrumentaliza y rinde en procesos de transición, regularización y normalización social.
¿Qué relación tiene el perdón en la religiosidad?
Es religioso en el sentido de que es en los textos del Antiguo y Nuevo Testamento, en el Corán y en el Talmud (en las llamadas religiones abrahámicas), donde aparece el concepto como tal, nunca ha sido ubicado en el plano político. Se ha producido un desplazamiento interesante, durante el siglo XX -Derrida lo llama el siglo del perdón- del ámbito propiamente religioso del perdón al plano político, al interior de cual se ha creado toda una fraseología para favorecer el tránsito hacia nuevos momentos sociales. Se pide perdón porque algo ocurrió. En esta línea, Derrida se pregunta si una persona puede pedir perdón por un crimen que no cometió, como el perdón de Aylwin, en nombre de un país entero ¿tiene ese derecho? Al mismo tiempo perdonas por aquellos que, quizás, no están en posición ni quieren perdonar. Entonces el autor sostiene que si alguien tiene la posibilidad de perdonar es solamente la víctima, pero no una institucionalidad política u otro mecanismo creado para la ocasión.
¿Cómo aborda este trabajo de investigación?
La transición como tal no es mi único tema de investigación. Lo fue en su momento porque me interesó interpretar este período histórico de mi país cuando realizaba mi doctorado en Francia. Mi ámbito general es la filosofía política y particularmente la francesa contemporánea, desde donde me interesa trabajar temas como, en la actualidad, el archivo y el duelo en la obra derridiana. También la exégesis derridiana de Freud en torno a estas cuestiones. En relación al duelo, por ejemplo, he desarrollado un trabajo en torno a los familiares de detenidos desaparecidos por la dictadura, a quienes se les ha imposibilitado el duelo propiamente tal, quedando éste suspendido e imposible. En resumen, el libro presenta una impronta muy fuerte del psicoanálisis, mostrando un cruce entre lo que se podría denominar el pensamiento de la deconstrucción de Derrida y el psicoanálisis de Freud.
¿El perdón del discurso público logra cobrar realidad a nivel social?
En Chile, pienso, las instituciones han hecho ese trabajo, de perdonar sin considerar efectivamente las voces de las víctimas. Al principio de la transición lo que se buscó no fue justicia, sino información, saber dónde están los cuerpos y qué había pasado con los detenidos. Fue un periodo de muchas transacciones, se les decía a quienes podían saber algo: “si tú me das información te acoges a la ley de amnistía”. Hablamos de una transición fundada sobre una plataforma más vinculada con lo transactivo que con la búsqueda de justicia. En el caso de Argentina, por ejemplo, las Madres de Plaza mayo deciden no perdonar jamás, “ni perdón ni olvido”, pero es una realidad diferente a la chilena, que es una sociedad tradicionalmente menos movilizada, quizás producto de la misma dictadura, descansando en que las instituciones hagan su trabajo. Cada 11 de septiembre en los medios de comunicación se ritualiza un perdón que, en rigor, no es; es un perdón político mediatizado por intereses y también por la necesidad de dar estabilidad a la democracia. También es una posibilidad para los actores políticos de autovalidarse como demócratas convencidos.
¿Lo grafica la frase de “en la medida de lo posible”?
Efectivamente, y se construyó un país “en la medida de lo posible”, un país que no se supera a sí mismo, que le tiene miedo a las transformaciones estructurales, que le cuesta reconocer las nuevas manifestaciones sociales como las demandas de género, del pueblo Mapuche, del fenómeno de la migración, en fin. Un país estrecho que, vale la pena mencionarlo, se saltó la socialdemocracia (nunca hubo tal paradigma en Chile), pasando de la instalación a ultranza del modelo neoliberal con Pinochet a su profundización en los gobiernos de la Concertación.
¿Falta el perdón de ciertos actores que fueron protagonistas en su momento y han mantenido silencio hasta hoy sobre lo ocurrido en Chile?
El perdón funciona o tendría una posibilidad solamente en el plano antropológico, en el cara a cara, donde uno pide perdón a otro y ese otro tiene la posibilidad de perdonar o no, que también es un derecho y prerrogativa de la víctima en este caso. Pero para que se active el circuito del perdón necesitamos que el culpable pida perdón y que la víctima esté en condiciones de otorgar o no el perdón. En Chile, así como en otras sociedades, el perdón ha sido utilizado como un mecanismo institucional de normalización y tranquilidad para continuar, se perdona para no volver a un estado anterior, que es el de la tragedia. Recurriendo a Foucault podríamos señalar que el “perdón es la continuación de la guerra” (aunque él se refería a “la política como continuación de la guerra”).
¿Cómo se presenta la mirada religiosa sobre el perdón?
No se puede llegar a un análisis filosófico del perdón sin los textos religiosos, toda reflexión sobre el perdón político tiene que reconocer la impronta fundamentalmente religiosa del perdón mismo. Esto fue necesario para analizar el salto del perdón al espacio político. Ahora bien, el libro no está organizado desde una perspectiva religiosa o confesional, es una mirada filosófica contemporánea que asume la inevitable marca religiosa que se adhiere a todo perdón.
¿Otro perdón pendiente es el de Pinochet?
Está muerto y con él muere también la petición de perdón de parte del criminal principal. Él no quiso hacerse parte del entramado institucional de la transición, fue más bien una amenaza permanente con frases como “el león dormita, pero no duerme”. El perdón político y sus escenas permitió, al inicio de la transición chilena, contener a Pinochet, su ejército y su círculo civil proclive, los que amenazaban permanentemente con desestabilizar el proceso. Si nos damos cuenta, a nivel histórico, ningún dictador ha pedido perdón, es más bien atrincherarse y guardar silencio. En el caso de Pinochet recordemos que, después de su salida del poder, siguió como Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas y las mantuvo cuadradas y leales. Después se hizo ungir senador vitalicio en base a una ley que él mismo se inventó, entonces seguía siendo una persona muy poderosa. El perdón de Aylwin actúa también para normalizar esa amenaza hacia una transición que era extremadamente frágil en ese momento.
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