Noticias Región del Maule: Giovanni Calderón Bassi, director ejecutivo Agencia de Sustentabilidad y Cambio Climático
Seguramente todos hemos visto el símbolo mundial del reciclaje, tres flechas que forman un triángulo y que nos indican que en ese lugar podemos reciclar, o el producto en cuestión tiene las características de cuidado al medio ambiente.
El icónico triangulo fue creado en 1970 por Gary Anderson, un estudiante estadounidense que se presentó a un concurso que buscaba un logo para celebrar el primer Día de la Tierra y que representa las tres fases del proceso de reciclaje: reducir, reusar y reciclar. Se conoce como símbolo de Möbius.
Reducir significa disminuir el consumo en general y, especialmente, evitar adquirir productos con embalajes innecesarios como, por ejemplo, tubos de cremas que vienen en caja.
Reutilizar es, como la palabra indica, volver a usar las cosas que han sido usadas y que todavía pueden prestar utilidad. Por ejemplo, las botellas plásticas o la ropa. De esta forma, se alarga la vida útil del producto, evitamos el uso de nuevos recursos y disminuimos la cantidad de basura que termina en un vertedero o relleno sanitario.
Reciclar implica someter los residuos a un proceso de transformación o aprovechamiento para obtener un nuevo material que puede volver a ser utilizado.
Según la Encuesta Nacional de Medio Ambiente en 2018, el 50% de los chilenos declara reciclar, una estadística dudosa considerando que a nivel latinoamericano somos el país que más basura por persona produce.
La UNESCO, es decir, la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, declaró el 17 de mayo de cada año como el Día Mundial del Reciclaje, y Chile replicó esta iniciativa declarando la misma fecha como el Día Nacional del Reciclaje a partir de 2012, por decreto del Ministerio del Medio Ambiente, con el objetivo de concientizar a la población sobre la importancia de reducir, reutilizar y reciclar para disminuir el impacto de nuestras conductas de consumo en el medioambiente.
No es casualidad que sea la UNESCO, la organización global dedicada a la educación, la que haya tomado la iniciativa de dedicar un día del año a destacar la importancia del reciclaje. Porque lo que se necesita, para mejorar nuestra relación con el medio ambiente, es precisamente eso: Educación.
Educación para entender que los recursos del planeta son finitos y es lógicamente imposible sostener en el tiempo el consumo ilimitado de nuestros recursos.
Educación para entender que los cambios que está sufriendo el planeta, como el calentamiento global, el agujero en la capa de ozono o la desaparición de especies, se debe a nuestras conductas, a lo que hacemos los seres humanos cotidianamente en nuestras vidas.
Y, sobre todo, educación para comprender que sin una acción personal comprometida y real, sin un cambio de actitud, sin un cambio de nuestras conductas cotidianas, el deterioro del medio ambiente continuará en la rápida escalada que ha tenido las últimas décadas.
Se terminó el tiempo de exigir a los políticos o a las empresas, leyes o cambios para proteger el medio ambiente. El cambio tiene que partir desde las personas, para obligar a todos los actores a implementar políticas o hacer mejorar sus procesos productivos.
Si preferimos políticos y productos de empresas que verdaderamente se preocupen por el medio ambiente, no les quedará otra que asumir estos nuevos estándares, tal como ha ocurrido con tantas otras temáticas en que el cambio ha surgido desde los ciudadanos.
Es el momento de predicar con el ejemplo y enseñarles a nuestros hijos a relacionarse con su entorno de forma armónica y respetuosa, con una comprensión humilde de que los seres humanos somos sólo una especie más de paso en nuestro planeta.
Seguramente todos hemos visto el símbolo mundial del reciclaje, tres flechas que forman un triángulo y que nos indican que en ese lugar podemos reciclar, o el producto en cuestión tiene las características de cuidado al medio ambiente.
El icónico triangulo fue creado en 1970 por Gary Anderson, un estudiante estadounidense que se presentó a un concurso que buscaba un logo para celebrar el primer Día de la Tierra y que representa las tres fases del proceso de reciclaje: reducir, reusar y reciclar. Se conoce como símbolo de Möbius.
Reducir significa disminuir el consumo en general y, especialmente, evitar adquirir productos con embalajes innecesarios como, por ejemplo, tubos de cremas que vienen en caja.
Reutilizar es, como la palabra indica, volver a usar las cosas que han sido usadas y que todavía pueden prestar utilidad. Por ejemplo, las botellas plásticas o la ropa. De esta forma, se alarga la vida útil del producto, evitamos el uso de nuevos recursos y disminuimos la cantidad de basura que termina en un vertedero o relleno sanitario.
Reciclar implica someter los residuos a un proceso de transformación o aprovechamiento para obtener un nuevo material que puede volver a ser utilizado.
Según la Encuesta Nacional de Medio Ambiente en 2018, el 50% de los chilenos declara reciclar, una estadística dudosa considerando que a nivel latinoamericano somos el país que más basura por persona produce.
La UNESCO, es decir, la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, declaró el 17 de mayo de cada año como el Día Mundial del Reciclaje, y Chile replicó esta iniciativa declarando la misma fecha como el Día Nacional del Reciclaje a partir de 2012, por decreto del Ministerio del Medio Ambiente, con el objetivo de concientizar a la población sobre la importancia de reducir, reutilizar y reciclar para disminuir el impacto de nuestras conductas de consumo en el medioambiente.
No es casualidad que sea la UNESCO, la organización global dedicada a la educación, la que haya tomado la iniciativa de dedicar un día del año a destacar la importancia del reciclaje. Porque lo que se necesita, para mejorar nuestra relación con el medio ambiente, es precisamente eso: Educación.
Educación para entender que los recursos del planeta son finitos y es lógicamente imposible sostener en el tiempo el consumo ilimitado de nuestros recursos.
Educación para entender que los cambios que está sufriendo el planeta, como el calentamiento global, el agujero en la capa de ozono o la desaparición de especies, se debe a nuestras conductas, a lo que hacemos los seres humanos cotidianamente en nuestras vidas.
Y, sobre todo, educación para comprender que sin una acción personal comprometida y real, sin un cambio de actitud, sin un cambio de nuestras conductas cotidianas, el deterioro del medio ambiente continuará en la rápida escalada que ha tenido las últimas décadas.
Se terminó el tiempo de exigir a los políticos o a las empresas, leyes o cambios para proteger el medio ambiente. El cambio tiene que partir desde las personas, para obligar a todos los actores a implementar políticas o hacer mejorar sus procesos productivos.
Si preferimos políticos y productos de empresas que verdaderamente se preocupen por el medio ambiente, no les quedará otra que asumir estos nuevos estándares, tal como ha ocurrido con tantas otras temáticas en que el cambio ha surgido desde los ciudadanos.
Es el momento de predicar con el ejemplo y enseñarles a nuestros hijos a relacionarse con su entorno de forma armónica y respetuosa, con una comprensión humilde de que los seres humanos somos sólo una especie más de paso en nuestro planeta.
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